lunes, 18 de junio de 2007

LAS OTRAS VACACIONES


El profesor de Sociología de la Universidad de Granada, Juan Carlos de Pablos, nos anima en este artículo a aprovechar las vacaciones pensando no solamente en nuestro descanso, sino también en el descanso del resto de miembros de la familia
En la sociedad actual, las vacaciones se viven como proyecto de futuro. Cuando uno es joven, está deseando que lleguen, que acabe el cole, que pasen los exámenes. Cuando se es adulto, las vacaciones se presentan ante nosotros como la ocasión de llevar a cabo todo aquello que la compartimentalizada sociedad actual no nos permite realizar en la ajetreada temporada de trabajo. En realidad, las vacaciones tienen mucho de engañifa, porque basta con relajar un poco los exigentes horarios del resto del año para que todos esos sueños dejen de hacerse realidad por pura falta material de tiempo.
Y entonces nos consolamos nuevamente con el plan de futuro: al fin y al cabo, las vacaciones son la ocasión de descansar, de reponer fuerzas, de cargar las pilas para que en septiembre podamos volver a la tarea con renovada ilusión: las rutinas, las amistades, la tarea profesional que en el fondo nos gusta... Y algo habremos hecho, cuando llegue el mes de septiembre, de todas aquellas acciones con que soñamos ahora: las vacaciones, en cuanto presente, tampoco habrán estado tan mal.
En realidad, las vacaciones son una oportunidad para aprender a vivir en presente, pues frecuentemente nos recordamos a nosotros mismos: carpe diem, disfruta del momento, porque está para acabarse; quizá vengan otras vacaciones, pero éstas, este día y este instante, ya no volverán.
Existe otra especie de dimensión de las vacaciones mucho más sutil, menos perceptible y mucho más relevante. Me refiero a la relación entre el yo y el nosotros. Lo primero que nos viene a la cabeza es que las vacaciones nos las merecemos personalmente, y puesto que hemos trabajado duro, nos las hemos ganado a pulso. En el mismo instante somos capaces de advertir que todos hemos hecho lo mismo y que todos en casa tenemos el mismo derecho a ellas, y la madre con más motivo.
Haremos tres tipos de planes:
• El cambio de aires, que toma la forma de oportunidad de ver una ciudad o un paisaje nuevos, o bien llegar al mismo sitio de siempre, en la playa o en la montaña. Vamos todos juntos y hemos aprendido a compaginar las tareas para que Mamá no se cargue de la misma forma que en el curso, o más. Es una actividad de todos.• Las actividades que nos gustan individualmente: leer, pintar, escribir, ver cine, estar con la gente... Aquí es donde la relajación de horarios más afecta y si íbamos a leer diez libros, al final nos conformamos con haber terminado dos y medio. Es una actividad individual.• Por fin, hay un tercer tipo de actividades, mucho más difusas: es el plan general de la familia en verano, especialmente difícil de resolver cuando los niños son muy pequeños, cuando necesitan a una persona todo el día detrás, cuando no hay cole o guardería, y horrible cuando las vacaciones del padre y la madre no coinciden (especialmente para el padre, claro). Es ese horario que hay que vigilar para que los chicos no estén todo el día jugando a la Play Station o a las cartas, que hagan sus tareas, que lean algo de provecho
En este punto quiero detenerme especialmente. La misma tensión que existe entre presente y futuro existe entre el plan individual y el plan colectivo, y voy a tratar de explicarlo.
Demasiadas veces vivimos nuestra vida en términos de incompatibilidades, pues dado que si hago no hago aquello: si atiendo a las necesidades de los niños, no puedo atender las mías; si estoy pendiente de que los niños cumplan sus encargos o sus horarios, si elaboro con ellos unos trabajos manuales, no tengo tiempo para leer yo; si montando en bicicleta a su nivel no puedo hacer la ruta con mis colegas.
Y esto sólo tiene dos soluciones: La primera es sencillamente no hacerlo, dejar que los niños se cuiden de sí mismos, que aprendan aquellas cosas importantes por la vida por ensayo y error –quizá como nosotros mismos lo hicimos- y si juegan de más a la Play Station, bueno, tienen doce años, qué van a hacer.
La otra solución es compaginar un poco todo, no solamente en términos físicos de tiempo, sino, sobre todo, mentales: ser conscientes de lo que tenemos entre manos, es decir, de que las vacaciones son una ocasión única no sólo para que los niños aprovechen el tiempo, sino para que los conozcamos, los tratemos, los queramos. Para enseñar y aprender que las personas están por encima de las cosas. Y que los lazos sociales –a pesar de las dificultades- son más fuertes que las cosas materiales.
Vivimos tiempos de encrucijada –que significa ser conscientes de la dimensión de futuro que existe en el presente. Quienes sepan establecer y desarrollar lazos sociales fuertes, encontrarán más fácilmente el sentido de su existencia, porque quien se obsesiona con su yo, no percibe la grandeza del nosotros.

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